BERTA PAZ

Redera y armadora. Aguiño, A Coruña.

Las rederas son esas mujeres invisibilizadas por la pesca y que sin embargo son engranaje esencial para el funcionamiento del sector, sobre todo de la flota de cerco.

Encargadas de mantener los aparejos utilizados para pescar en perfectas condiciones, cosiendo con dedicación las roturas sufridas durante la captura de los manjares marinos que llegan a tu plato cada día, las duras condiciones de trabajo dejan un trazo bien visible en sus cuerpos.

Berta llegó a esta profesión por vocación, pero también por necesidad. Con catorce años decidió aportar su grano de arena en la economía familiar y comenzó a coser paños de red junto a otras mujeres. Cuando lo cuenta no se percibe en ella ningún arrepentimiento, si no más bien el orgullo de haber encontrado muy joven su lugar en el mundo.

La fortaleza es parte también de las Bravas del Mar, y en Berta se percibe esa cualidad cuando nos describe su labor como redera. Destaca que durante años tenían que trabajar a la intemperie, sentadas en el suelo y sin más apoyo que sus propios cuerpos. Las condiciones mejoraron recientemente en el puerto en el que ejerce su profesión, ya que ahora poseen una nave resguardada y bancos donde sentarse adaptados al tipo de labores que ejecutan.

No obstante, la amargura llena su voz al contarnos cómo esta labor también supuso para ella y otras compañeras una serie de dolencias de origen óseo y muscular propias de su oficio, debidas en gran parte a esas condiciones duras ya descritas.

Berta es Brava del Mar por partida doble, ya que actualmente es copropietaria de un barco de cerco junto a su marido. Ella y dos mujeres más son las encargadas de la reparación de los aparejos de este barco. Dice que valora mucho el trabajo en equipo porque permite una organización mejor de las tareas, una optimización de tiempos y sobre todo sororidad en épocas duras.

Cuando habla sobre los fallos cometidos y cómo aprendió de ellos, una sonrisa viene a su boca, recordando cómo en su juventud tiraba de fuerza bruta para llevar a cabo muchas labores, simplemente por orgullo al no querer pedir ayuda a los tripulantes. Dice que ahora no lo hace, y que si volviese atrás no repetiría esa actitud, ya que el equipo lo forman todas y todos.

Lo que más valora de su trabajo es la independencia económica que le permite tener en la vida, y cree que como mujer, aporta al sector tranquilidad. “Los hombres son más temperamentales y ante las adversidades tienden a responder de forma impetuosa. Nosotras, con paciencia y sobre todo experiencia de años, les hacemos ver que todo puede tener solución y conseguimos que se calmen”, cuenta. Reconoce que a veces esta parte es la más difícil de ser mujer en el sector, porque simplemente por su condición de mujer en un sector masculinizado pueden no valorarte debidamente como profesional.

Como armadora además de redera, cree que el futuro del sector pasa por conseguir cuotas justas y bien repartidas para cada embarcación, así como mejores condiciones en la venta que permitan que los productos pesqueros se valoren debidamente.